CUANDO CREES QUE DE MARAVILLOSA NO TIENES NADA


Con la llegada de los mellizos, sentí por primera vez en mi vida el verdadero peso de lo que significa e implica la palabra 'maternidad': cuatro hijos. Vaya, esto no le pasa a cualquiera. Un peso que cayó sobre mis hombros y que aún llevo encima, sintiéndome cada vez más y más cansada. 

Nadie te prepara para esto. Tuve que asumir el control de todos los cambios que se avecinaban y empezar a dirigir a la Gran Orquesta Sinfónica que iba a ser mi familia, y yo apenas sabía si quiera cómo se tocaba la flauta dulce que me enseñaron en la EGB.

Ya está, ya había cumplido mi sueño, el sueño de formar mi propia familia. Es lo que siempre he querido para mí, mi vocación más profunda: cuidar de los míos. Pero, ¿qué pasa cuando de repente la situación te desborda y eres incapaz de ver lo feliz que eres? 

Ahora todo me cuesta, los pequeños detalles me suponen un mundo, una fuente de agobio y malestar que se me junta con la siguiente tarea 'urgente' que tengo que hacer, y que solo yo puedo hacer. Porque soy su madre, su esposa, su compañera, su hija, su hermana, su vecina... 

Y ahora me pregunto, ¿dónde estoy yo? Me siento como si la persona que hace muchos años fui, poco a poco hubiera ido desapareciendo en pro de las necesidades urgentes que todos requieren de mí. Nada queda de esa chica a la que le encantaba leer, escribir, escuchar música. Ya no queda nadie con quien compartir porque soy yo la que tengo que darlo todo, en cuerpo y alma, y eso requiere mucho más del tiempo que estoy despierta porque ya ni por las noches soy dueña de mi descanso.

Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que dormí del tirón. La última noche que no tuve que levantarme cinco veces porque me piden agua, que les arrope, tienen miedo, quieren dormir conmigo, están malitos o simplemente tienen una pesadilla y yo voy a asegurarme que todo está bien, como debe ser.

Se me olvidó ser feliz por las prisas de ser perfecta. Me siento en la obligación y siempre lo he hecho porque he querido y para mí es prioritario el bienestar de los demás, siempre. Pero creo que me estoy equivocando.

No puedo cuidar a todos al 100% como me gustaría, mi casa no puede estar siempre impoluta y ordenada porque tengo cuatro niños pequeños, cuatro bendiciones de Dios que tienen una energía y alegría desbordante. No puedo porque tengo un trabajo del cual me tengo que hacer responsable y una pareja a la cual tengo que cuidar tanto o más como a mis hijos porque sin él, esto no funciona.

Es hora de parar. Tengo que cuidarme si de verdad quiero estar bien conmigo misma, con mi familia, mi trabajo, mi entorno. Tengo que reencontrame, porque sigo ahí dentro de mí, escondida pero viva. 

Y tengo que hacerlo despacio, tranquila y con la seguridad de que es lo que necesito y convencerme que por ahora, tampoco lo he hecho tan mal.


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